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CUEVA LINDA (PAXALJA)


 


 “La cueva linda”: Grandeza y humedad que honran su nombre

POR JULIÁN DÍAZ HERNÁNDEZ

Director de Turismo de Aquismón.

Un suave sendero de hojarasca compactada enmarcado de abundante palmilla y plantas de café, junto con el trino de aves -que vuelan entre “bromelias” en flor- dan la primera bienvenida de la naturaleza, aunque la calidez humana ya se ha sentido desde antes en esa comunidad que anhela convertirse en un referente turístico dentro de Aquismón.

   La llegada más corta hacia Paxalja –a media hora desde la cabecera municipal- es por el crucero de “La laja” (subiendo rumbo a Tamapatz), avanzando hacia la izquierda por una carretera recién asfaltada, que pasa por “El chamal”; antes de empezar el caserío, un vetusto letrero, frente a dos viviendas rurales, muestra la entrada.

   Las sombras de los árboles hacen la caminata de casi medio kilómetro bastante ligera y fresca, que no se comparará con la baja temperatura del interior de la gruta, ni con el esfuerzo que hay que hacer para descender –ya sea asido a una cuerda, o en cuclillas- los primeros quince metros para llegar a la gran cámara inicial, que con sus veinte metros de altura, nos da la bienvenida.

   El equipo de iluminación es elemental, lo mismo un calzado que no derrape, y ropa que estemos dispuestos a enlodar sin miramientos, porque la “Cueva linda” así como nos ofrece su espectáculo en esa galería de estalactitas y estalagmitas de distintas formas y tamaños, cobrará su precio de humedad por doquier y con ello, probablemente alguna que otra caída.

   Los faros se detienen en el inmenso techo, con el espectáculo de sus cristales ofreciendo un deslumbrante brillo dorado. Adentrándonos un poco más, la realidad se encontrará entonces con el mito, por la recurrente creencia de que una de las grutas provee de sanación de dolencias físicas a cambio del depósito de unas monedas.

   Más allá de las leyendas, la verdad es que los gratificados seguimos siendo nosotros, con el privilegio de visitar un sitio poco explorado pero no por ello menos maravilloso: Con una especie de chorro petrificado frente a nosotros, como una similitud de cascada subterránea que se quedó ahí, inmortalizada en piedra, en un proceso de millones de años.

   Avanzar sobre un suelo de lodo firme nos lleva por una cueva que se eleva todavía más, con caprichosas formaciones en la cumbre –como asemejando una cúpula rojiza- en las paredes, e incluso a un costado nuestro: Columnas que emergen desde el piso como resultado del goteo milenario de filtraciones plagadas de minerales.

   La luz mantiene su etiqueta de imprescindible, pues hay que ver donde se pisa al avanzar; en algunos sectores el exceso de humedad propició agrietamientos y hasta derrumbes, y en otros el camino se vuelve estrecho o azaroso. Eso sí, como sucede en la mayoría de estas maravillas de la naturaleza, la recompensa en observación hace que todo valga la pena.

   Y ahí está la “Cueva linda”, con sus cavidades grandiosas, su humedad excesiva y una belleza que le permite hacerle honor a su nombre; pero sobre todo, la voluntad de la gente de Paxalja –su comunidad sede, en la zona Tamapatz- que pretende catapultar el sitio más allá de las fronteras, para que los amantes de la espeleología y del turismo sin aglomeraciones, lo incluyan en su próxima agenda.

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